Rafa Calleja, autor de 'Lavapiés es una mierda' | Foto: XLAVAPIES.COM

    Se podría decir que cada vez que Rafa Calleja (Madrid, 1973) oye hablar de lo multicultural, castizo, cool, solidario, rebelde o combativo que es Lavapiés le sale un sarpullido. Cree que se trata de etiquetas «interesadas» que se le atribuyen desde distintos espectros sociales, políticos y económicos y que, en resumidas cuentas, resultan perjudiciales para el barrio que ha elegido como escenario y protagonista de su primera novela, Lavapiés es una mierda, obra que disfrutarán aún más quienes tengan alguna vinculación con la zona.

    Un medio de comunicación local e ideológicamente barrionalista como es xLavapies.com no podía dejar pasar por alto un libro con tal título. Cierto que suena a boutade y a frase punk de acordes simples, pero el hecho de que el autor lleve 18 años en Lavapiés hacía sospechar que podía contener una andanada a la línea de flotación del concepto relacional sobre el que habitualmente informamos, un posible golpe lanzado desde dentro al referente identitario en el que creemos y que para el autor, como luego veremos, no existe como tal.

    Nos tomamos nuestro tiempo para leer la novela, que lleva varios meses en la calle; nos tomamos nuestro tiempo para entrevistar al autor y, por último, nos hemos tomado nuestro tiempo para procesar tanto lectura como conversación posterior con Rafa Calleja y tratar de transformarlo todo en un artículo.

    Para quienes tengan prisa iremos al grano: Lavapiés es una mierda funciona muy bien como la ficción que es. Corran a comprarla, regálenla y regálensela para, por ejemplo, celebrar el Día del Libro.

    «Parto de unos elementos que son todos reales, sacados de la calle, pero no intento hacer ni periodismo ni un análisis de lo que es Lavapiés ni nada por el estilo», afirma el autor. La historia propuesta vuela gracias a una estructura de capítulos cortos y a su lenguaje directo, irónico y mordaz, e invita al lector a acompañar, en su viaje vital y durante un tiempo, a una serie de personajes con perfiles muy reconocibles dentro de Lavapiés, a asomarse a sus ratos buenos y a sus momentos de desencanto y a asistir a la madurez que adquirirán, a base de golpes, con el pasar de las páginas de este cuento que fluye como lo hace una buena noche de fiesta: ágil y sin grandes temas de conversación ni traumas, al menos en apariencia, y es que habrá lectores que amanezcan con resaca. «En este barrio la realidad le da sopas con honda a la ficción«, escribe Calleja en la ‘Intro’ del libro.

    En lo personal, con este texto nada condescendiente, el autor, quien vive hoy en la sierra de Madrid, ajusta cuentas con un territorio y una forma de vida que dice haber disfrutado pero que ya no echa de menos. «Es una suerte de epitafio por mi parte, de cerrar o hacer inventario, muy colocadito, de lo que ha sido una forma mía de ver la vida y de relacionarme con el medio y el espacio. Tengo un TOC que tiene que ver con mis años de maquetador de prensa. Tuve que ordenarlo todo, tenerlo muy clasificado y ponerlo en su cajón, con mucho cariño. La novela es una despedida de una forma de entender la vida y de entender mi relación con Lavapiés, de mi forma de entender el futuro, la política y las relaciones con los demás… No hay rencor. Cuando las cosas se cierran y se acaban uno se queda más descansado y esta novela a mí me ha servido para eso».

    Detalle de la portada de la novela

    MARCA LAVAPIÉS

      Calleja presenta credenciales: «Llegué al barrio, a la calle de la Fe, con la redacción del diario Diagonal; después, hace ya 15 años, abrí un bar, La Huelga, con dos socios; trabajé en otros bares, participé en la vida política y nocturna del barrio y mientras todo eso sucedía iba escribiendo desordenadamente algo así como reflexiones. Con la pandemia me planteé darle forma a todo ello y tras 12 borradores salió esta novela (…) Soy un señor que tiene un bar en Lavapiés y eso me ha dado una tribuna de la hostia para conocer el barrio y a buena parte de sus gentes. Luego, he cogido los argumentos que me han venido bien y los he mezclado como me ha dado la gana para escribir una ficción».

      Sobre el título del libro: «No es que Lavapiés sólo sea una mierda, pero también lo es. Mucho consumidor de la marca Lavapiés no es lo que quiere oír, pero es que tanta flor, tantos unicornios, arcoíris y nubes de caramelo… Creo que era necesario decirlo y, desde la ficción que es el libro, en un momento sí hay una voluntad de respuesta a toda esa serie de etiquetas que he visto y hasta he participado y que no se ajustan a una totalidad del barrio, siendo caprichosas y casi siempre muy nocivas. De Lavapiés se venden cosas que no se ajustan a la realidad y esto crea frustración entre los compradores, tanto en el comprador de la marca comercial ‘Lavapiés barrio multicultural entre castizo y moderno’ como en el comprador de ‘Lavapiés barrio organizado, solidario, rebelde y combativo’, que creo que aún es una marca más nociva que la comercial. Por la primera viene gente y se da cuenta de que encuentra todo lo que le han dicho pero también otras muchas cosas; de lo de barrio organizado, resulta luego que realmente son una minoría los movilizados y que muchos de sus habitantes son flotantes… Además, el casticismo ya no existe. Se ve, por ejemplo, en las fiestas del barrio, que se han convertido en un botellón horroroso con feriantes profesionales, reguetón y poco más… Los nacidos y crecidos en Lavapiés son minoritarios, incluso los madrileños somos ya aquí una minoría. También es difícil ver a gente de fuera integrarse en el barrio porque no hay un algo donde entrar«.

    DE LO «GASEOSO» Y «ETÉREO» QUE ES UN BARRIO DEL CENTRO

      La novela presenta Lavapiés como un lugar de paso del que se sale «con los ojos llenos de cansancio». Sobre esto, Rafa Calleja afirma que «está desapareciendo, cambiando constantemente de gentes, de entidades, de todo». Por ello, no cree que, en general, los barrios tengan una identidad per sé por mucho que algunos se empeñen en otorgársela a base de etiquetas y de marcas más vacías que reales. No critica Calleja los cambios que certifica como notario de lo que pasa a su alrededor, pero sí advierte sobre el peligro de los vendedores de sueños y anima a ver y a asumir la realidad para evitar una futura sensación de estafa.

      «Una de las ideas centrales del libro es la madurez. Los personajes vienen con una idea, persiguiendo una serie de sueños porque se les ha dicho que este es su espacio a nivel político, humano, profesional, para esconderse y se encuentran no sólo con que la marca no corresponde con lo que ellos iban buscando, sino que ellos se dan cuenta también que no corresponde lo que tenían en la cabeza con la realidad y se dan una serie de hostias que manejan de una forma u otra».

      Por el libro desfilan un buen puñado de derrotados, pero apunta el autor que en el Lavapiés real ni tan sólo quienes han conseguido echar raíces en el barrio pueden sentir que habitan en la victoria. «Conozco gente que ha llegado a Lavapiés y que ha encontrado aquí su sitio, pero sólo por un tiempo. Lavapiés es como esas fotos de redes sociales que caducan después de verlas una vez. El Lavapiés donde tú puedas encontrar tu sitio va a desaparecer, tiene fecha de caducidad. Este es tu sitio sí, pero es tu sitio mientras que estés bien. Después tocará irse porque esto no va a permanecer como te gustaría por mucho que te empeñes». «El libro tiene que ver un poco con hacerse mayor, con darte cuenta de cuál es tu sitio. Si crees que el que lo era ya no lo es no puedes convertirte en un ‘abuelo cebolleta’ diciendo que antes todo era mejor. Antes era lo que era. Tú tenías una edad y unas circunstancias que ya no tienes y es el momento de apartarse y que otros disfruten, construyan o destruyan. Hay gente ahora que está disfrutando mucho este Lavapiés y este Madrid, gente joven, gente recién llegada».

      Rafa Calleja es un buen conversador y ante un café mañanero dispara pistas sobre el making off de Lavapiés es una mierda, sobre lo mucho que sin estar escrito en la novela la sustenta: «Madrid entero se ha convertido en una ciudad de paso y Lavapiés, más. Lo veo, ves los bares, ves la gente. Llegas a un bar de hace 15 años, si es que existe, y la parroquia es totalmente diferente, no conoces a nadie ni de dentro de la barra ni de fuera. Es todo absolutamente líquido. En Madrid, y he presumido siempre de ello como madrileño, al ser todos de fuera -yo soy hijo de andaluces-, nadie es de fuera realmente. Al llevar unos meses en Madrid te conviertes en un ciudadano más y eso que ha sido nuestra virtud y nuestro regalo al mundo también se ha convertido un poco en nuestra condena. Por no tener unas raíces cualquier movimiento económico, poblacional, migrante o lo que sea demasiado fuerte hace que todo se mueva sin ninguna dirección ni sentido. Somos demasiados frágiles. Sucede también en otras ciudades de migrantes. El madrileño, madrileño no existe y diría que, por una parte, afortunadamente, pero por otra parte también es una desgracia».

      «Soy muy crítico con esa cultura moderna de barrio, con esa búsqueda de referencias y de identidad a la desesperada, por otra parte comprensible por la forma en la que está evolucionando todo, tan fluido, líquido, etéreo… ¿Qué somos, españoles, europeos, ciudadanos del mundo? Vamos a apegarnos a algo, al barrio, pero un barrio en el centro de una gran ciudad como Madrid es quizá lo más gaseoso que haya«.

      «Supongo que habrá intereses de algún tipo para tratar de dar personalidad a una zona con cuatro elementos caprichosos, intereses inmobiliarios, por ejemplo. La marca es para revitalizar el barrio pero no para beneficiar a sus vecinos. Al sistema no le preocupan los vecinos, le preocupa hacer inversiones en sitios: comprar muy barato y vender muy caro. Lavapiés hace 20 años era un sitio incómodo, sucio, feo, que comienza a gentrificarse cuando movimientos sociales y políticos empiezan a hacer aquí su Kreuzberg local y se vuelve un barrio atractivo para vivir. Aquí nadie quería vivir, algunos ni venir. Todas las plagas contemporáneas han tenido su sitio en Lavapiés. No era el lugar donde una familia de clase trabajadora de los años 70 u 80 tuviera como objetivo comprarse un piso».

    UNA NOVELA-ESPEJO

      Volviendo de nuevo a lo que es la novela propiamente, en ella hay cariño y crueldad, reivindicando el autor tanto su derecho a ofender desde su libertad creativa como a enfrentar al lector con sus propias contradicciones. «Muchos que me conocen de otros espacios se pensaban que iba a hacer una novela complaciente sobre lo bueno que es todo, lo mala que es la policía, que la culpa siempre la tiene el otro… El libro también habla de que tú tienes mucha parte de responsabilidad en lo que te pasa. No puedes estar constantemente echándole la culpa al patriarcado, al capitalismo, a la policía, a la especulación inmobiliaria, al airbnb. Somos hijos de nuestras circunstancias y hay un montón de cosas que pueden influirnos para bien o para mal pero esto de que siempre la culpa lo tiene el otro yo ya no lo compro. En Lavapiés es una mierda me meto sobre todo conmigo mismo, con los dueños de los locales, con los militantes políticos, con los de las bicicletas, con los alcohólicos, con el racismo y con el antirracismo, que es un movimiento eminentemente blanco…»

      Desde su livianidad formal, Rafa Calleja apunta que ha escrito lo que le gusta leer, cosas que remuevan un poco. «Cito a Celine (Viaje al fin de la noche), que se va encontrando las mentiras detrás de cada sueño; a Houellebeq, que es un punk que no se cree absolutamente nada; a Lionel Shriver, que en El movimiento del cuerpo a través del espacio señala lo ridículos que podemos llegar a parecer. Me gusta que me den la vuelta a las costuras.»

      Durante la conversación con Calleja están presentes en todo momento dos ámbitos de lo que fue su vida como antiguo vecino de Lavapiés que tienen gran protagonismo en la ficción que despacha: la noche y, por otra parte, su activismo social y político.

      Lavapiés de día sale poco en la novela: «La noche enseña una serie de vergüenzas y plantea una serie de contradicciones que me han dado un conocimiento que a veces me digo que me podía haber ahorrado. Hay cosas que es mejor no saberlas. Pero es lo que me ha tocado y así es como he conocido un montón de miserias de la gente y del espacio. En la novela, los puntos de vista de los personajes son en muchas ocasiones de gente que conozco y que me han parecido graciosos o exóticos. Ponerte en el pellejo de gente que no piensa como tú ni vive como tú ha sido lo más divertido».

      En cuanto a su militancia: «Aporta o aparta. Yo ahora no estoy en situación de aportar nada pero a la peña que sigue ahí adelante le deseo toda la suerte del mundo porque creo que su suerte es la mía. Lo que pasa es que ya no tengo fe. Esto es algo que asumes y listo y te echas a un lado para no estorbar. Yo si militaba era por amor. La realidad agota y hay tantos inputs de lo que pasa que los que tenemos una personalidad más desordenada y más sensible no podemos con tantas cosas. Ahora estoy muy a gusto. Creo que me he ganado el derecho a no seguir militando en la derrota«. «Madrid se ha puesto de moda y no creo que la población tenga capacidad de incidencia en los diferentes flujos que la abaten. La gran mayoría de la sociedad española está atomizada y no hay ni conciencia de clase ni de barrio ni ganas de preocuparte por tu vecino«. «Satura mucho Madrid y Lavapiés como bandera del Madrid muy moderno que se está vendiendo, más todavía».

      Espóiler: en la novela hay un narrador que dice «yo hice lo que pude».